El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.
Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigimos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas; abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.
Posteriormente me acompañó hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes. ‘Oh, ese es mi árbol de problemas’, contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura, los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.
Lo divertido es, dijo sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.
Reflexión
“Los problemas quedan en la puerta de casa”. Frase que escuché decir a mi abuela una y mil veces. Por algún momento creí que era obsoleta, que ya no tenía vigencia. Cuando leí este cuento, volvió a mi mente y con más fuerza que nunca.
Los problemas deben ser colgados en el árbol de los problemas. Debes ser como nubes que llegan y pasan volando. Nunca debemos trasladarlos con nosotros en nuestra mente, porque de esta forma los hacemos grandes gigantes que nos impiden vivir plenamente el momento presente.
Gracias abuela por enseñarme, pero más gracias por permitirme aprender con mis tiempos.
“El preocuparnos no le quita problemas a la mañana, le quita fuerza al hoy”. J. R.R. Tolkien.
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