Crecer en una familia en la que hay hermanas, definitivamente le pone “pimienta” a la vida cotidiana. La vida oscila entre momentos que van desde la enorme complicidad hasta disputas interminables que se originaron por insignificancias. Todo esto convierte a la relación entre hermanas en un vínculo tan maravilloso como complejo.
Aun cuando las hermanas se conocen desde pequeñas, no escapan a los mandatos de la femineidad, y es por eso que la relación no puede ser siempre apacible y serena. Imaginemos que si nosotras mismas no podemos llevar una femineidad con calma, mucho menos podremos controlar la femineidad de otras mujeres.
En consecuencia, mientras no resolvemos el dichoso “Complejo de Edipo”, durante la niñez, veremos a otras mujeres como rivales y a los hombres como seres para seducir o dominar.
Todo lo que empieza mal, puede terminar bien.
Los padres juegan un rol muy importante en esta relación entre hermanas que tienen como primer objeto de disputa, el amor del padre. Todo empieza con la rivalidad y si todo sale bien, termina en solidaridad. Esto es esencial en la construcción de la personalidad de cualquier niño y en el caso de una hermana, se traduce en el deseo de “robarle” el amor de su padre a la otra. Se aplica eso de “si tú lo quieres, yo también lo quiero”.
Cuando este conflicto se resuelve, las hermanas pueden ser rivales, pero también cómplices. Hermanas de armas y hermanas de alma. Cada una se apoya en la otra para crecer y entienden que obtendrán lo que desean siendo ellas mismas, desarrollando sus propios potenciales individuales y no combatiendo los de la otra. Esto a su vez, prepara a las niñas y adolescentes, a ser mujeres más solidarias con otras mujeres. La femineidad ya no nos hace ver a otra mujer como a una enemiga, sino que entendemos que podemos contar con nuestra hermana.
Lazos fraternales variados.
Pero no todos hemos crecido dentro de familias que podríamos denominar como “ejemplares”. Algunos han batallado contra situaciones variadas que hicieron que las relaciones fraternales, no fueran de las mejores. Hermanos y hermanas, estamos hechos de la misma “pasta” y aunque algunos se hayan alejado mucho, existen lazos invisibles que siguen uniéndolos.
Paula, de 38 años, cuenta su experiencia: “Mi hermana y yo nunca nos entendimos. No tenemos los mismos gustos, ni las mismas necesidades. No podemos hablar, que ya empiezan las primeras rencillas y diferencias. A pesar de eso, me siento unida a ella.
Nuestros padres nos encuadran dentro de dos categorías. Yo era “la linda” y no me prestaban atención porque decían que no los necesitaba y que no debían preocuparse por mí. Eso me hacía sentir relegada. Y mi hermana era “la pobre…” Estaban siempre ocupándose de ella, haciéndola sentir inútil e incapaz de valerse por sí misma. Nos sentíamos enfrentadas sintiendo que una le quitaba algo a la otra. Aún me pasa. En mis relaciones sociales, tengo miedo de estar quitándole algo a otros, sin saber nunca bien qué es.”
¿Por qué esta relación es tan fuerte? Porque viene siendo anudada desde tiempos inmemoriales. Porque esta unión proviene de un mismo vientre, el lugar arcaico en donde se construyen los lazos fraternales.
Las hermanas y hermanos se representan en una fantasía como si fueran pedazos de un mismo cuerpo, apoyado esto por el parecido que existe entre ellos y del que a menudo se sienten orgullosos.
Daniel, de 51 años, lo explica perfectamente: “Nos sentíamos orgullosos de ser hermanos y de parecernos físicamente. La gran sensación era ir los seis, todos juntos, en la parte trasera de la camioneta de mi padre.”
Los celos son necesarios.
Lacan llamaba a la rivalidad entre hermanos, “odiamoración”; porque se trata de un odio inherente al amor que se va diluyendo con el tiempo y que se necesita en una primera etapa de la vida para forjar la personalidad y diferenciarnos de los otros. Pero si esto no se supera, o lo padres no hacen su trabajo, puede transformarse en un rencor mutuo que los lleva en el mejor de los casos a la indiferencia y en el peor, a la violencia, como lo míticos Caín y Abel.
Nadia, de 33 años, cuenta: “Con mi hermana llegábamos a agredirnos físicamente y nuestros padres no intervenían en las peleas porque desde su punto de vista, pelear entre nosotras nos hacía más aguerridas. Mi hermana siempre quedó prisionera de su necesidad de superarme y ya de adulta, aplica esto mismo en otros lugares y con otras personas.”
Pero a veces lo padres, en su afán por no marcar diferencias, también hacen un aporte negativo a la relación entre hermanos. Veamos este ejemplo.
Florencia de 39 años, recuerda: “Nuestros padres exageraban a la hora de repartir de manera equitativa. Los mismos regalos, la misma ropa, los mismos juguetes, los mismos derechos para todos. Nosotras vivíamos esta igualdad como una forma de injusticia, porque no teníamos ni la misma edad, ni los mismos gustos y la necesidad por diferenciarnos, terminó por alejarnos.”
Cada relación entre hermanas es diferente y marcada por singularidades. De esas relaciones también aprendemos cosas de la vida, sus penas, sus alegrías, lo que se nos da en suerte y el largo camino en el que se aprende a encontrar un lugar y a abrirse al otro. Nuestros hijos nos ofrecen la posibilidad de revivir nuestra propia problemática y nosotros podemos ayudarlos a crecer de acuerdo a nuestras experiencias.
La suerte de tener una hermana.
Muchos adultos no tienen hijos o ellos mismos son hijos únicos y no saben en qué consiste una relación entre hermanas. Hay quienes pueden pensar que es una relación fácil y que es fácil quererse, sin embargo; no todo es color de rosa.
Pero a pesar de las diferencias y los desencuentros, hacemos todo por mantenernos unidas. Las hermanas se quieren, se apoyan, se ayudan, se dan ánimo y si un día puede resultar difícil, piensa que tienes la suerte de tenerla a tu lado y que es uno de los mejores regalos que la vida te pudiera dar.
¿Tienes una hermana? ¿Conoces a hermanas a las que esto podría interesarles? ¡No dejes de compartir y de contar tu experiencia!
Fuente: Mihogarnatura
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